Las pirámides de Gizah en Egipto

Las Pirámides de Gizah son una de las obras más emblemáticas y aún misteriosas que se erigen sobre el planeta. Las pirámides nos recuerdan ese pasado milenario del que mucho sabemos, pero no tanto.
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La llegada a Gizah es un espectáculo que cautiva a cualquier turista. Allí, parados frente a tres enormes pirámides, frente a la esfinge, no podemos no sentirnos conmovidos.

No es de extrañar la fascinación de Herodoto, quien felicitó en su trabajo a Keops pues había dejado tras de sí toda una obra colosal; o de Diodoro, uno de los famosos historiadores de la Antigüedad, o de personajes más modernos como el propio Napoleón Bonaparte.

Las Pirámides de Keops, Kefrén y Micerinos, son hoy día, una visita icónica, no sólo en Egipto, sino en el mundo entero. Durante muchos años fue considerada una de las Siete Maravillas del mundo, y la única entre ellas que seguía en pie. Si bien no fue seleccionada entre las nuevas Maravillas, para nosotros nunca dejará de serlo.
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Gizah es el nombre que se le da a la meseta, de casi dos mil metros cuadrados, de la necrópolis de El Cairo. Allí se levantan majestuosas las tres pirámides más imponentes de Egipto: la de Keops, la de Kefrén y la de Micerinos.

Junto a ellas, contemplando el paso del tiempo, la enigmática Esfinge todo lo observa. Junto a la pirámide de Micerinos se erigen otras tres pequeñas pirámides se sitúan alrededor (se cree que dedicadas a las esposas o hijos del faraón).

La pirámide de Keops

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Imhotep fue el famoso arquitecto que levantó la que sería la primer pirámide que se conoce: la de Zóser, en Sakkara, muy cerca del Cairo.
Menos de dos siglos después, el faraón Keops encargó la construcción de una pirámide donde ser enterrado. Gracias a Herodoto, podemos saber el tiempo que duró su construcción, 20 años, y el modo en que se hizo. Esta pirámide es la más grande de las tres.
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Originariamente medía 146 metros de altura, pero hoy día, sólo alcanza los 137 metros. Además, ha perdido todo el revestimiento exterior que tenía, de modo que los bloques de piedra han quedado a la vista (se suponía que la punta, al menos, estaba cubierta de ¡oro!).

Y si espectacular es por fuera, su interior es algo sobrecogedor: la sensación de claustrofobia, la oscuridad, el olor, la estrechez de los pasillos que llevan hasta las tres cámaras que pueden visitarse (aunque hay muchas otras inaccesibles y otras aún inexploradas).

La pirámide de Kefrén

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A primera vista parece la más alta de las tres, pues ha sido construida sobre una porción de terreno que se encuentra a un nivel más elevado.
Además, la única que mantiene su capa de revestimiento exterior; está datada en el siglo XXVI a.C.
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Interiormente es mucho más simple que la de Keops pues sólo consta de una cámara en la que inicialmente se encontró un sarcófago de granito negro. Sin embargo, cuenta también con un complejo funerario y una calzada con columnas que lo conduce directamente hasta la explanada en donde se encuentra la Esfinge.

La pirámide de Micerinos

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Es la más pequeña con sus 66 metros de altura. Su cámara funeraria encerraba un sarcófago de basalto adornado con un motivo que estaba muy en boga en el Antiguo Imperio Egipcio.

Desgraciadamente, el buque que transportaba dicho sarcófago se hundió frente a las costas portuguesas cuando era trasladado a Inglaterra. Al lado de esta pirámide hay tres pirámides satélites, entre la que se cuenta la dedicada a la esposa del faraón Kharmer Nethi II.

La Gran Esfinge

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La silueta de la Esfinge impresiona. No en vano, su nombre deriva del árabe Abu-el-Hol, ?padre del terror?. Con sus 73 metros de longitud, representa a un león con cabeza humana.

Fue construida, probablemente, durante la dinastía IV (siglo XXVI a.C.) y se cree que la imagen de su cara es la del faraón Kefrén, quien vigilaba así su propia tumba.

Al principio, la Esfinge era conocida con el nombre de Hor-em Akhet (Horus está al Horizonte), que los griegos tradujeron a Harmakis. Durante los siglos, la Esfinge se ha ido enterrando en la arena por la acción del tiempo, quedando solamente libre, a la vista de todos, su rostro. Fue Tutmosis IV, quien en un sueño recibió la orden del dios Harmakis de desenterrarla por primera vez.
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Desgraciadamente, la Esfinge sufrió terribles desperfectos en su cara cuando los mamelucos la usaron como diana para sus disparos.

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